por Victoria Enríquez,
escritora de Chilpancingo, Guerrero
Luz, del latín lux, lucis: claridad que ilumina el universo y lo hace visible. Flujo de partículas energéticas desprovistas de masa, constituída de ondas electromagnéticas cuya expansión en el vacío es –según se sabe- de 300,000 kilómetros por segundo. Luz, sólo luz, esplendor, destello, rayo, lumbre, llama, fuego, luminaria, fulgor, albor… del griego Phos, photos.
Sombra, umbra, penumbra, oscuridad, opacidad que nace de la luz, su opuesta, todo objeto proyecta sombra a contraluz, ¿si no hay luz no hay sombra? ¿la sombra come luz? El ojo sabe.
Ojo, oculus, órgano de la visión, abertura de un arco de puente, una bolita para ver, dice la niña, ¿qué es el ojo?, es con lo que uno ve, el ojo de Venado, el ojo de aguja, ¿las agujas tienen ojos?, ojo de agua, ojo clínico, ojo de buey, ojo de gato…, ¿puede uno comerse con los ojos?
Del ojo tras la cámara saldrá la expresión de su cultura, la manifestación del sentimiento de su propia mirada convertida en fotografía.
El juego de la luz y de la sombra, un fragmento de segundo y ya no es lo que vez, lo que ves ya no está a menos que el ojo tras la lente, acechando, se convierta en aquello que mira y lo retenga, lo imprima y nos lo muestre. Aún así, no será lo mismo para las otras, diversas miradas. Hay quien se sentirá subyugado por la sombra y hay quién se arrebata con la luz atrapada con su propia sombra en gelatina, ¡se asombra!; unos ojos dejarán que la envidia los sumerja en el rechazo de la obra de arte, otros, tradicionalmente mal educados, dirán que lo que ven es un asco y los que han podido -a pesar de los otros y sí mismos- desarrollar su capacidad de aprehender la esencia de las cosas, se sentirán maravillados. Incluso hay quien no ve lo que ve… y alguno que ve de más.
El ojo de José Rodríguez Macías tras la lente, deja de ver y mira el lúdico ensamble de la sombra y la luz. Los matices, las figuras, el alma risueña de otros ojos, el desierto mismo de un cuerpo desnudo, que a su vez, mira el infinito caer sobre los ojos muertos de los peces multiplicados en el fondo húmedo de la barca; la textura del manto fangoso de la tierra y la niña del ojo oscuro de la ventana se despereza pronta ante el universo.
Todo es mirada, la memoria del sol que recorre el cuerpo desnudo y dormido de una muchacha, la memoria del murmullo del agua y del viento sobre una dermis fría serpenteando mi piel. El misterioso contemplar de las velas bajo la frescura del arco eclesial. Ese sentimiento de asombro que surge de la capa de gelatina y bicromato sobre el cristal es el lejano espinazo gris de la sierra o el palo mayor de una nave que vuela tocando el mar.
José Rodríguez Macías busca y encuentra el poema en la fotografía, juega con la luz y la sombra y nos invita a mirar.
Victoria Enríquez, Chilpancingo, Guerrero, 1999.
Deja una respuesta